El procedimentalismo recibió fuertes críticas, no solo desde el exterior, sino también desde el interior de su propia propuesta. Por muy respetuosos que puedan parecer los procedimientos con el pluralismo de concepciones de vida buena, por muy lejanos que quieran estar de los valores porque es ese un mundo escurridizo, sucede que a las gentes no les mueven los procedimientos, por muy racionales que parezcan. Nadie hace una revolución por un procedimiento. Las personas se ponen en movimiento por el deseo de encarnar un valor o de alcanzar un bien, y los procedimientos son un camino, interesan únicamente porque permiten descubrir donde radica lo justo, siendo la justicia un valor, un dinamismo, por tanto, para despertar las conductas.
Importaba, pues, poner de nuevo a la luz del mundo de los valores, pero no yuxtaponiéndolos, como si de un agregado se tratara, sino desde un hilo conductor que permitiera discernir cuales deben transmitirse universalmente. Surgió entonces de nuevo la noción de ciudadanía, una noción tan como el hombre en realidad, pero que en su dimension política viene a reconocerse en la antigúedad clásica, por no hablar de Oriente, que venía ahora a prestar ayuda en el ámbito de la educación moral.
La escuela debe educar en los valores de la ciudadanía, ser buen ciudadano es lo que puede exigir cualquiera que habite en una comunidad política. Qué valores debe incorporar el ciudadano auténtico es ahora la cuestión.
Qué es ser ciudadano y cómo serlo es una de las principales preocupaciones de la actual filosofía moral y política. Esta preocupación tiene su origen en el deseo de unir dos elementos indispensables para que las personas se sepan miembros de las que viven: la justicia y la pertenencia.
A pesar de las dificultades que presenta la empresa de definir qué sea un ciudadano, se puede convertir en que ciudadano es aquel que no es siervo de otros, que no es esclavo, sino que es señor de sus acciones junto con sus conciudadanos, junto con aquellos con los que tiene que hacer la vida compartida. La idea de ciudadanía implica siempre, a la vez, autonomía personal y solidaridad, porque sólo desde la solidaridad con otros es realmente posible ser libre.
La libertad es una capacidad humana, pero también una meta que se conquista. Y no en solitario, sino también con los que aspiran a ser libres.
Estos otros, hoy en día, son, en principio, los de la propia comunidad política. Pero no sólo ellos: en un mundo global somos también ciudadanos cosmopolitas. Nuestro horizonte es el de ser ciudadanos del mundo.
Ahora bien, una educación en la ciudadanía cosmopolita requiere atender a un conjunto de dimensiones que son las que van componiendo la realidad de un ciudadano auténtico, la capacidad de vivir como tal en un mundo que es a la vez local y global.
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